martes, 5 de agosto de 2014

Lenguaje, pensamiento y percepción

La capacidad del hombre de poder relacionarse con otros hombres, consigo mismo y con la naturaleza, es posible a partir de los intercambios comunicativos que establece en el desarrollo de sus actividades, de su vida.
El hombre materializa sus capacidades expresivas a través del lenguaje, entendiendo este concepto en su máxima amplitud, incluidas las realizaciones artísticas, todas las concreciones materiales, todos los modos posibles de comunicación. El hombre percibe desde un cierto lugar e historia, construye en su interioridad aquello que ha visto y plasma en el lenguaje, el fruto de lo que ha vivido.
Esta experiencia personal al ser volcada en la comunidad puede ser aceptada o rechazada por los miembros de su grupo; si es asumido por otros, ese comportamiento individual se vuelve social y, por lo tanto, cultural e histórico.
En este sentido podemos afirmar que, por una parte, el lenguaje es una facultad del hombre, pero a su vez es externo al hombre, ya que siendo una construcción social, lo antecede, y en consecuencia, lo constituye como tal. 
Las investigaciones que se han llevado a cabo a partir de las situaciones de niños que han vivido el aislamiento o la ausencia prolongada de contacto comunicativo con otros seres humanos nos muestran que la persona lleva innata una tendencia básica a la relación con otros, y que es a partir de esa tendencia que desarrolla su capacidad de aprendizaje. El contacto con otro ser humano es indispensable para el desarrollo de las propias potencialidades que son estimuladas y enriquecidas por el contacto recíproco. 
El emperador Federico II (1194-1250) tratando de comprender qué es lo que todo individuo humano trae como repertorio innato, realizó una experiencia que provocó la atención de muchos investigadores. Un cronista medieval, Salimbene de Adam, nos refiere los hechos:

“Segunda rareza suya fue que quiso experimentar qué lengua y qué modo de hablar tendrían los niños sin que nadie les hablara. Y por lo tanto prescribió a las ayas y nodrizas que amamantasen a los niños y los alzaran y los limpiaran, pero sin mimarlos y sin hablarles de manera alguna. Porque quería saber si usarían la lengua hebrea que había sido la primera o la latina o la árabe o la lengua de los padres de quienes habían nacido. Pero era empeño vano porque los niños morían todos; en efecto no pueden vivir sin el batir de manos y muecas y sonrisas y mimos de las ayas o nodrizas. Por lo que son llamados cantos de los pañales las cantilenas que la mujer entona moviendo la cuna, para que se duerma el niño, que sin ellos no podría dormirse ni aquietarse”
(Salimbene de Adam: Crónica. Historia social. Fac. Fil. y letras, Universidad de Buenos Aires-Argentina, 1961. Ed. AZ. Buenos Aires, 1994)

Más allá de lo cruento de este “experimento”, confirma que las necesidades del niño son “interpretadas” y respondidas con gestos y conductas que no sólo satisfacen su necesidad material, sino que se incorporan como modelo de respuesta posible ante una nueva situación de necesidad. Así las sucesivas generaciones participan a las más jóvenes de sus hallazgos y recursos en un intercambio activo de comunicación. No es un simple proceso in-put, sino que se da una incorporación de datos que luego, en la medida en que son reinterpretados, admiten una respuesta original.
Podemos comprobar esto en los procesos evolutivos del conocimiento, por ejemplo en las herramientas de trabajo, la moda en el vestir o la vivienda.

Los sentidos: Nuestro primer sistema de comunicación
Comprender lo que ocurre es algo que hacemos sin proponérnoslo. Nuestros sentidos nos da noticias de lo que existe a nuestro alrededor; lo que vemos, oímos y tocamos nos permite conocer datos del mundo circundante y de nuestra propia ubicación en él; junto con ello, los datos del gusto y el olfato nos permiten reconocer diversidades y características de las realidades que nos rodean y hasta guiar nuestros intereses afectivos y alimentarios. Podríamos decir que los sentidos reconocen estímulos que llegan del mundo que nos rodea y aun de aquellos que parten de nuestro propio organismo, dándonos datos de un malestar o de una determinada posición de nuestro cuerpo.
En tanto nuestra capacidad perceptiva no esté disminuida por una afección o discapacidad o porque estemos profundamente dormidos, podemos reconocer estos estímulos y organizando los datos que nos aportan, tener un conocimiento siempre mayor de la realidad.
La sensibilidad a los estímulos muestra una enorme variación de persona a persona. La educación tiene mucha influencia en nuestro modo de percibir. Una persona sin una preparación especial reconoce muchos menos matices de color o de sonido que un artista o alguien que habita en una zona de bosques o de selva. Alcanza una gran variedad de gamas la percepción que se ejercita sobre todo en una especialización como la de los catadores de vino, o especialistas en perfumes.
La percepción es para el hombre una cuestión de supervivencia. Si no comprendemos el mundo que nos rodea, nuestra calidad de vida será muy limitada.
Para el observador común captar la realidad es un hecho pasivo, casi podríamos decir, la realidad se presenta ante nosotros para ser percibida tal como es; sin embargo pequeñas experiencias cotidianas nos demuestran que no todo lo que está ante nosotros es reconocido como tal (viendo una película difícilmente escuchamos los sonidos que llegan de la calle o los comentarios de alguien aunque esté relativamente cerca), y al mismo tiempo podemos llegar a identificar algo a partir de la percepción de un elemento que consideramos perteneciente a una estructura mayor (una parte de una sigla conocida, los primeros acordes de una melodía, una persona conocida en medio de una multitud) esto nos dice que el hecho de captar es una función activa, que no sólo recibe sino que integra dinámicamente datos conocidos previamente y que nos permiten sentir una mayor seguridad ante la realidad (ejemplos de figuras borrosas que reconocemos). Otro factor que no podemos olvidar son los intereses o motivaciones que predisponen nuestra captación. Si detrás de nuestra percepción existe una necesidad, la captación será más intensa. No es lo mismo mirar un paisaje por simple recreación que buscar un elemento que necesitamos para nuestra investigación (para un botánico, un cierto tipo de planta, etc.); u observar un grupo de personas, que buscar a un amigo nuestro. A ello podemos agregar otro elemento determinante en las condiciones de captación en todo un grupo humano, y son los elementos y significaciones que son aportados por la educación y los mensajes sociales (reconocer la presencia del enemigo en un país en guerra, el viento que antecede a la lluvia en una comunidad rural, los estilos de vestimenta en una sociedad urbana). 

*Fragmento del capitulo "Manifestaciones Culturales, la cultura como símbolo, Cultura y comunicación, Editorial Stella, 2005.

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